lunes

Unplugged bananero

Generalmente en esta época estival suele aflorar una fantasía contenida durante todo el año: basicamente, mandar todo a la mierda. Frase muchas veces motivada en el hastío generado por la acumulación de problemas durante un largo período de tiempoe, y en otras ocasiones, lo que lo motiva es un franco lugar común, pronunciado por una persona que la sabe inalcanzable y solo desea poner de manifiesto la contradicción existente entre sus ideales y la realidad, especialmente en estos tiempos en que la tecnología terminó por absorver nuestras vidas (nunca vi tantas computadoras en la playa).
De todos modos, y muy probablemente ayudado por mi condición de squatter tecnofóbico, durante este tiempo (desde el posteo anterior) casi que pude llevarlo a al realidad, ayudado por el hecho de que el módem de mi computadora pasó a mejor vida. Solo me dediqué a leer, mirar películas y escuchar discos (lo más cercano al paraíso del nerd). Lo curioso de esto fue que en el trabajo (lamentablemente es la época en que más horas pierdo allí, lo cual me hace desear aún menos la temporada más prolífica de la movida cultural marplatense, con títulos creativos como "El champán las pone mimosas") las charlas no se alteraron, y salvo honrosas excepciones, siguieron limitándose a salidas, borracheras y pechos, con lo cual mi unplugged del mundo tecnológico fue absolutamente fútil. No pretendo analizar los fallos de La Haya o la crisis energética rusa mientras hago un helado de banan split, pero a veces sería bueno al menos intentarlo, para variar. Me reconozco como un tipo cuyos ¿pensamientos? no suelen coincidir con los de la mayoría de las personas de su edad. De hecho, siempre tuve la impresión de que nací en la década equivocada. Nací viejo. Cuando mi cabeza asomó a este mundo ya tenía cuarenta años. Al momento en que el médico cortó el cordón umbilical, ya había cumpido setenta años. Pero eso no quita que a veces no deja de sorprenderme la falta de inquietudes de las personas.