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Vieja, volvió la amargura!

Dentro de las numerosas ventajas que ofrece Internet tenemos la posibilidad de conseguir películas que de otro modo nunca veríamos. es el caso de "Youth without youth", del ahora argentinizado Francis Ford Coppola.
Personalmente, nunca fue uno de mis directores favoritos. De hecho, su última película verdaderamente buena fue "Rumble fish" (titulada acá como "la ley de la calle"), de inicios de los ochenta. De allí en adelante, solo se dedicó a desarrollar sus viñedos (y consumirlos, a juzgar por su inflamado abdómen) y responder en cada una de las entrevistas qué sentía al tener una hija que continuaba con su legado (cuyas películas, absolutamente sobrevaloradas, son lo más ceracno a una postal con música). Rondando ya los ochenta años, nadie esperaría que el viejo Francis pegara un volantazo en su filmografía a tan avanzada edad.
Siempre consideré a los cineastas como la especie más similar a la de los escritores, nacidos ambos de la necesidad de contar historias. Y del mismo modo, generalmente lo mejor de su obra se encuentra al principio. Basta con citar solo algún nombre para darse cuenta que su pico creativo se encuentra promediando su vida, y solo excepcionalmente más cercano a su senectud. Cuando uno lee los primeros escritos de Saer nota un escritor con inquietudes, todavía inseguro de su propio talento, saltando sin red para legarnos algunas de las páginas más geniales de la literatura mundial ("de esas costas vacías me quedó sobre todo la abundancia del cielo"). Absolutamente distinto resulta el final de su obra, donde ya consolidado como una de las grandes voces literarias, se limita a regodarse en inocuos ejercicios de estilo. Probablemnente exista una relación directa entre el hambre intelectual y el mundano. Suele suceder lo mismo entre los cineasteas, donde por cada cien Scorsese encontramos un Ken Loach, manteniéndose tenaz en sus convicciones a pesar del caminar de los años y de los reveses sucesivos, capaz de escupirnos esos manifiestos políticos con forma de película.
No se si será este último el caso de Coppola, pero al menos esta película me reconcilió un tanto con él (me imagino lo desvelado que debería estar). De esos films inclasificables, que dejan sedimento aún tiempo después de visto, resignificándose. La historia se centra en Dominic Mattei (sublime Tim Roth), un sexagenario profesor rumano cuyo objetivo es encontrar el orígen del idioma de la raza humana, quien recibe un relámpago en su propio cuerpo, produciéndole un inexplicable rejuvenecimiento. Durante su rehabilitación se ve ayudado por el Dr. Dragosea (Bruno Ganz), fascinado con el caso. Lo más interesante de la trama es cómo va mutando con el correr de la cinta (124 minutos más que llevaderos), pasando del fenómeno médico al entramado político (ambientada en los inicios de la Segunda Guerra Mundial), para luego derivar en una simbiótica relación de pareja con Verónica (Alexandra María Lara) sin por ello caer en el melodrama romántico. Contar más acerca de la trama sería simplemente confundir al lector, además de una tarea titánica, ya que los pasajes oníricos y el concimiento atávico que trashuma la película difícilmente se pueda traducir en palabras.