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Los bárbaros

Existe un librito, en cuanto al formato, no en cuanto al contenido, titulado "Los Barbaros". Allí, Alessandro Baricco analiza, lejos de la lógica adolescente de barricada que prima en estos días, lejano a la burda lectura imperialismo-antimperialismo, la influencia norteamericana en distintos campos de la cultura general.
Desfila el carácter negativo del sistema parkeriano de puntuación de vinos. Hace lo propio con los estragos producidos por autores como Sidney Sheldon o Paulo Coehlo en la literatura de masas, reflejada hasta nuestros días en "Cincuenta sombras de Grey". Y hasta despunta el vicio analizando la lógica norteamericana trasladada al fútbol, deporte global tradicionalmente esquivo para ese país.
Párrafo aparte merece la memorable lectura que hace de Roberto Baggio, crack italiano que prefirió dotar de cierta belleza a uno de los actos más insípidos del fobal, como los penales, apuntando al ángulo del arco defendido por Taffarel, aún a riesgo de errarlo, cosa que finalmente sucedió, consumando con su trágica poesía el hecho artístico. Hay un pequeño detalle que remarcar: lo hizo en la final de una Copa del Mundo.
Con el transcurso del tiempo los argentinos nos fuimos acostumbrando al traslado de la lógica futbolera a distintos ámbitos. Primero fue en los recitales, donde el público compró el boleto que aseguraba que los argentinos éramos "el mejor público del mundo", entonces debimos refrendarlo en cualquier espacio, tocara AC/DC o Agapornis. La gente iba a ser protagonista, más que a ver al artista, entonando cánticos contra las bandas antagónicas que sólo generaban una mayor empatía entre sus destinatarios (ejemplo: Solari-Cerati).
Con la llegada del kirchnerismo, si bien es cierto que la política tomó un lugar central que durante años había perdido, arribaron montones de jóvenes criados bajo esta lógica binaria que aplicaron este pensamiento tosco sin matices, más propio de un fundamentalista que de un ser racional, polarizando visiones.
El jueves pasado, los partidos entre Boca y River que se promocionaban como la trilogía más importante de los últimos diez años después de Star Wars, insumiendo toneladas de tinta en los diarios, terminaron en un hecho grotesco, vergonzante, más propio de los programas de catch con los cuales la señal Fox nos taladra a diario, que del fútbol-pelota que supimos conocer.
Poco queda para agregar a la descripción de los hechos que no haya sido dicho, pero el discurso simplista que asegura que cinco o seis inadaptados no representan a la inmensa mayoría sólo sirve para continuar inmersos en ésta lógica victimizante, buscando los responsables en otro lado. Cualquiera puede cometer un error, e incluso padecerlo aunque no sea propio, pero son las actitudes que adoptemos con posterioridad las que pueden redimirnos. Lamentablemente, tanto los jugadores como la dirigencia de Boca lejos están de ello.
Hace unos años, no tan distantes, uno iba a la cancha a alentar a su equipo y disfrutar de esos jugadores a los cuales el reflejo catódico no hacía honor a su habilidad. Con los primeros hechos de violencia surgieron las mangas, y al principio pareció algo razonable. Después aparecieron los pulmones en las tribunas, y comenzamos a habituarnos a ver esos espacios grises y descascarados en los estadios. Recientemente, los hinchas visitantes no pudieron ir más a la cancha, y nos conformamos con verlo por televisión. A este paso, probablemente dentro de unos años terminen televisando a dos jugadores enfundados en sus respectivas camisetas, disputando partidos de playstation. Y lo más curioso es que no suena tan ilógico.