miércoles

Poder de síntesis

Lunes por la tarde, comprando películas piratas en XXXXX:

-Morocha arrepentida, levantando el sobrecito de "Cisne Negro": ay, llevemos esta.
-Novio bananabólico: ¿de qué es?
-Morocha arrepentida: de una minita que baila.

Admirable.

domingo

La importancia de llamarse Ernesto

"En busca del tiempo perdido" es un libro mastodóntico, descomunal. Pura literatura desaforada dividida en seis tomos imposibles de manipular en forma conjunta. Pertenece a un estilo de literatura en vías de extinción; hoy en día es imposible pensar en un libro que tome treinta páginas para describir un jarrón, o diez para maravillarse con el pendular de un cabello. Los lectores, probablemente a causa del uso y abuso de la computadora, somos cada vez más inquietos, más dispersos, dificultando la concentración por períodos prolongados. Asimismo las editoriales, que no dejan de ser un negocio, considerarían un desperdicio arriesgar con la publicación de un libro así. Proust lo escribió a sabiendas del componente trágico que implica el transcurso inevitable del tiempo, pero a diferencia de Dorian Grey, quien tenía una concepción narcisista del calendario, se propone una postura productiva, tornando aún más desolador el paso de las horas, cada vez más desesperantes por insuficientes.
Al ser inabarcable, al momento de ingresar de lleno en la literatura podemos golpearnos de frente con la angustia proustiana. Como si fuera arena movediza, cuanto uno más se mueve, más se hunde. Afortunadamente para este tipo de situaciones, existen esos libros iniciáticos, que aunque no sirvan para recuperar el tiempo perdido, pueden ayudarnos a ahorrarlo, abriéndonos las primeras puertas, para que uno luego tenga la responsabilidad de completar el recorrido. Una de esas llaves es "Sobre héroes y tumbas", un libro fundamental para cualquier adolescente. Suele suceder con los recuerdos que uno termina idealizándolos con el correr de los años, perfeccionándolos, alejándolos por consiguiente de lo que en realidad fueron. Probablemente, si uno relee esos libros con el escepticismo del lector curtido, ajado, termine desilusionándose, olvidando que gran cantidad de lo que uno devoró con posterioridad fue gracias a ese libro sobredimensionado por la memoria; pero, como el primer beso, la primer trompada, o el primer polvo, son inmortales.
Se fue el último de los fab four humanos de la literatura argentina (Bioy, Saer y Cortázar completan la banda). Borges y Arlt pertenecían a otra categoría. Uno, un escritor fascinante, un tiempista de la palabra. El otro, genio de la literatura, con su puntuación entrecortada y su adjetivación incómoda, dejando el concepto de oximorón como un juego para los niños no rabiosos. A diferencia de todos ellos, Sabato no fue un escritor prolífico. Al estilo de Rulfo, le alcanzó con unas cuantas líneas para dejar su huella trascendente, priorizando calidad por sobre cantidad.
Mucho se ha escrito ya sobre la empatía, la afinidad que producen los libros, provocando que uno muchas veces se sienta más cercano a un objeto inmaterial que a una persona. Como todo lo que sucede de a poco, la muerte, por lenta, es más asimilable. Es la única certeza y lo único incorregible. Todos sabíamos que algún día iba a pasar, ahora sólo queda el agrdecimiento, y la tranquilidad de saber que estará esperando en ese estante. Buen viaje, Black Sabato.