jueves

Malditos Boquenses

Lunes, 8am. Me dirijo a la facultad, con el ánimo desecho. No solo por el hecho de ser el lunes, y tan temprano, lo cual de por sí es lo suficientemente deprimente. Sino que, como buen futbolero, los resultados de mi equipo condicionan el comienzo de la semana, especialmente los primeros momentos. Podría decirse que esa especie de memoria selectiva es una consecuencia lógica de mi condición de veneno sanlorencista, ya que sino viviría en un perpetuo mal humor (bueno, tal vez lo tenga de todos modos). La cuestíón es que voy a cursar Derecho Comercial a esa hora (materia entretenida si las hay como para empezar la semana). Pero como tenemos un profesor muy histriónico, de la hora y media que dura la hora cátedra, hora veinticinco se van entre comentarios futbolísticos, la historia del básquet marplatense, o anécdotas académicas de lo más variado. del Derecho Comercial, sólo el nombre. Y entre los comentarios deportivos, no podía pasar desapercibido el 7 a 1. Al profesor se le ocurre preguntar quién era hincha de San Lorenzo, y no se si movido por mi naturaleza masoquista, o por algún programa de El Aguante que me fermentó, levanté mi solitaria mano por encima del mar de lagañas de la mañana. Automáticamente, me vi sumergido en una andanada de cargadas, que tuvo su pico máximo en el minuto a minuto de la facultad, cuando una manifestación que pasaba frente a la Municipalidad lanzó una bomba de estruendo, y el profesor (curiosa mezcla de Laiseca con Caparrós, matizado con James III) acotó: "se acaba de suicidar el otro hincha de San Lorenzo". Moraleja: aplicando esa máxima de las nuevas generaciones, para las cuales sólo se existe cuando se aparece en televisión, un papelón deportivo queda homologado cuando la cargada llega hasta los recintos académicos.

domingo

Aliento fresco

la verdad es que ir al dentista es toda una aventura. Reconozco que debería ir más seguido, especialmente por la asiduidad con que iba de chico a tratarme los dientes torcidos 8siempre me sorprendió como en diez minutos ajustando un aparato de dientes podían hacer más plata que un obrero durante una jornada). Lo venía posponiendo indefinidamente durante más tiempo del debido, pero los dientes amarronados por las cantidades industriales de café y cigarrillos terminaron de convencerme. por supuesto, la espera fue larga. No conozco a nadie quye haya ido alguna vez al dentista, y lo atendieran de inmediato. Es como un purgatorio la sala de espera. Como si lo retuvieran a uno para que los miedos y tensiones se sedimentaran, así cuando pasa al consultorio, se encuentra debidamente resignado. Tampoco conozco ningún consultorio con revistas medianamente actualizadas: deben tener un tiempo prudencial para que se asienten, casi como los pacientes. Por supuesto, el elemento que termina de cerrar esta trilogía clase b es la música funcional, tan espantosamente melosa com siempre, recordándonos que el mal gusto acecha a la vuelta de la esquina, y que ese refugio de colores pastel y secretaria de sonrisa colagenada es sólo una cagada de mosca en el medio del mar (Bukowski). Acorralado en mi sillón por el tema "la tortura" de Shakira-Sanz (no se si su título es por la historia acerca de la cual trata la canción, o por el efecto que producira en su escucha) decio cobrar valor y tomar una de las revistas que esperan en la msita ratona, expectantes, con esa mirada de prostituta vieja, mezcla de súplica y orgullo. Me decido por una tapa desde la cual dos torteros gloriosos me hablan de las bondades del verano, mientras afuera una señora pasa tapándose los pocos espacios libres de su cara con una bufanda. de repente me encuentro con una serie de entrevistas a "famosos del ambiente" (¿?), con el inefable ping pong de preguntas, entre las cuales se encuentra la tristemente clásica "¿qué libro te llevarías a una isla desierta?". La verdad es que nunca había reparado en lo estúpido de la pregunta, pero ayudado por mi aburrimiento, sumado al sopor enfermizo que me producía un calefactor catalítico al máximo de su capacidad, comencé a divagar inocuamente. Es básicamente idiota la pregunta. No creo que nadie en medio de una isla desierta siquiera repare en llevarse un lubro. Primero, porque nadie en su sano juicio emprende un viaje pensando que va a quedar varado en medio del océano, y segundo, porque cuando estés muerto de hambre (una especia de "Lost" bananero), cubierto de mugre y mal dormido, dudo que te pongas a leer un libro. Nadie tiene semejantes cualidades de asceta, y menos que menos, los "¿artistas?" de esa clase de revistas. Pero si le otorgamos un manto de piedad, más graciosa aún resulta la respuesta, que generalmente proviene de algún nóvelk famoso con aires de grandeza, que para no quedar pegado a las propagandas de javón en polvo con las cuales nos ametralla en cada comida, decide demostrar que lo de él no es sólo el blanco perfecto (¿a quién le importa?), sino que también tiene inquietudes. Así es como nos encontramos con respuestas tan pretenciosas como "El quijote", "El nombre de la Rosa", o más inocentemente, "El principito". Ahora, la verdad: alguien se toma tan en serio ese maldito libro, o soy la única persona que no llega a apreciar su supuesta belleza poética? Porque, la verdad, ni siquiera viendo la película me resulta un libro atractivo. O será que como Saint-Exupèry vivió en Argentina "queda bien" nombrarlo? Realmente no lo entiendo. Además, si tuviera que elegir un libro, cualquier persona medianamente razonable elegiría algún manual de superviviencia, o en su defecto, "Cómo morir indoloramente" (qué, nadie lo escribió todavía?). En medio de todo este razonamiento absolutamente intrascendente, una voz carrasposa pronuncia mi nombre y me saca del trance (zomba) en el que estaba sumergido. Mirándole las piernas estóicas a la secretaria veterana mientras me acompañaba al consultorio, entendí cuál era la función fundamental que cumplían esas revistas: producir un hartazgo tan grande que permita a uno armarse del valor suficiente para pagar una módica suma para sufrir.