viernes

Aguas minerales porteñas (con sommelier, por supus)

Antes que nada, aclaro que el título tan idiota del post es una especie de homenaje al creador de erdosaín, con sus Aguafuertes porteña, de quien estoy leyendo Al margen del cable, una serie de columnas que publicó en el diario El Nacional, de México. justamente, lo conseguí en una de las tantas librerías de viejo que hay diseminadas por la Capital (mis predilectas son esas cuevas de Avenida de Mayo, donde un viejito que generalmente se parece a Laiseca nos recibe con una mirada cómplice y un olor a cigarrillo negro que pone als fosas nasales a la defensiva). Aunque, debo confesarlo, mi favorita es Wussmann, una que queda a la vuelta de lo de mi hermano. Es el paraíso del nerd. Papeles, libros, lapiceras,lacrados. Lo que uno asocie con al escritura está ahí.
Esto me hizo pensar en las librerías marplatenses, verdadera especie en extinción. Si me apuran, solo pienso en dos realmente completas, Sibelius (en las márgenes de Güemes) y Fray Mocho. Pero fuerte fue mi desilusión cuando paseando por el centro buscaba el local clásico de la esquina, topándome repetidamente con una "casa de ropa" de tono minimalista, y con una iluminación que justifica la crisis energética de néstor. Un cartelito pegado en la vidriera me avisaba que se habían terminado de mudar al "nuevo espacio". Pero el problema es que este nuevo espacio es justamente lo que uno desprecia en una librería: música fuerte, mesas de café a la entrada (con los infaltables pares de ojos instigadores), demasiada luz, vendedores nuevos... Se extraña ese vendedor de barba, extirpado del hippismo más profundo de los ´70, a quien uno le podía preguntar por el libro más ignoto, que automáticmanete, él buscaba su escalera y como un cirujano bibliófilo, extraía el minúsculo tomo.
Si a esto le sumamos el cierre de El cuervo (reducto nerd, donde uno conseguía maravillas por diez pesos o menos; ejemplo: Pulp de Bukowski, manchado de vino tinto, a $8), y la desaparición de esos locales que vendían libros en remate, con su eterna liquidación final), nos queda un panorama preocupante a quienes no todos los meses podemos darnos el lujo de comprar ediciones nuevas. Más aún cuando un error en la elección significan no menos de $30. Uno
entiende que los costos se han encarecido, y que muchas ediciones son españolas (coño!), pero le queda la duda a uno si durante la época de la convertibilidad no lo estafaron. Ok, en los ´90 saqué la licuadora en cuotas, pero no es menos cierto que un Vivace costaba quince mil dólares.

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