Murió Marcel Marceau, y hay un artista menos en el mundo. Encasillar como "mimo" y reducir de este modo a carácter de mero fenómeno circense a alguien que supo emocionar hasta las lágrimas sin emitir un sonido, y que llevó su coherencia más allá (abajo) de las tablas, es cuanto menos simplista.
Con el avance del tiempo, que cada vez más se parece a una carrera desbocada, se pierden oficios, objetos y momentos; y si hay un oficio tan antiquísimo como atemporal es el de mimo, pero a veces, cuando uno ve a un pibe con el rostro extasiado por un mago, un mimo, un payaso, piensa que debe haber una carga genética, un extraño legado que aún medio de tanto ruido permite tomarnos un momento para algo tan simple como sorprendernos.
Era un pequeño purrete con pantalones cortos (pertenecientes a un traje de marineritos que me persigue durante todo mi álbum familiar, acompañado del eterno corte Balá) la única vez que lo vi, llevado por mi vieja al Luna Park, y quien alguna vez haya visto a ese tipo, flaco hasta lo imposible, hacer cosas tan elementales como limpiar un vidrio o buscar a su paloma, sabrá de lo que hablo. Para el resto, solo seré un sensiblero incurable. Gracias, poeta del silencio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario