"Jugué campeonatos/nunca fui campeón/soy el wing derecho que nunca perdió la ilusión/y corrió hasta que no hubo más cancha"
martes
Metafísica maradoniana
Recién acabo de terminar mi bronceado de dos horas bajo los rayos catódicos mundialistas, y antes de seguir estudiando, como bien recomienda Barrilete Niembra, escribo unas breves palabras antes que se me escapen entre los intersticios mentales del Derecho Internacional. De aquí a diez años, probablemente nadie recuerde quién era el arquero de Grecia, o dónde quedaba el estadio. Ni siquiera si el Autista de la Pelota (Messi) jugó un buen partido. Lo que indudablemente van a recordar es el Gol de Palermo.
Cuando parece no poder escribirse ningún capítulo más en su carrera profesional sin riesgo a caer en el melodrama deportivo al estilo "Rudy", Palermo vuelve a asombrarnos una vez más. Desde comienzos del segundo tiempo Don Niembra insistía con que la gente pedía al 9 de Boca, torturándonos una vez más con su perorata de la fábrica de Ford, el Colegio LaSalle y los talleres mecánicos en Villa Ortúzar. Finalmente, Diegote les dio el gusto, y mientras se lo veía ansioso por entrar, al costado de la línea, los televidentes sufríamos un dèja vu colectivo, rememorando aquél épico partido contra River.
Jugó diez minutos y pateó dos veces al arco. Con eso le sobró para transformarse en protagonista excluyente del partido, y ratificar el componente metafísico que lo acompaña desde sus comienzos, abandonando el lugar de fetiche mundialista (junto a Garcé) para convertirse en una realidad palpable, ineludible. Sin dudas no es un habilidoso, pero a esta altura, quién podría negar que le faltan condiciones a un tipo que convirtió más de 200 goles en Boca, y que siempre está en el lugar indicado a la hora señalada. Algo especial debe tener. Hace tiempo ya que trascendió las fronteras boquenses para ser admirado por el resto de los clubes (salvo cuando se lo sufre en contra), y quizás sea por eso que se gritó mucho más fuerte el segundo gol que el primero, desatando los bocinazos en la calle y dando lugar a que se piante un lagrimón de pura empatía al ver a la vieja llorando, abrazada al hermano en medio de la tribuna. Para quien lo analiza fríamente, es inentendible cómo uno puede emocionarse viendo por televisión de qué modo un millonario, a miles de kilómetros de distancia, convierte un gol. Basta con percibir el espíritu amateur que aún conserva para echar por tierra toda lógica.
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1 comentario:
Debe ser la primera vez en mi vida que lloro con un deporte!
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