Hay una cosa que siempre detesté: la gente que usa en exceso los apócopes. Una cosa es referirse a los seres queridos, los más íntimos, de esta forma, pero algo completamente distinto es utilizarlos indiscriminadamente, sin ton ni son (frase naftalínica). Lo que más me amarga es el hecho de pensar que hubo una persona que decidió el nombre que iba a llevar su descendiente, con toda la carga que eso significa. Además está la sonoridad. Hay nombres que con sólo pronunciarlos producimos una sonoridad excelsa. Por ejemplo Guadalupe. Hermoso. Nada del mutilador Guada, ni del aberrante Gua.
Se que con este comentario voy a recibir críticas que únicamente servirán para ratificar mi condición de anormal extemporáneo, una suerte de Marty McFly bananero, pero qué quieren que les diga, al menos en este aspecto soy un purista. No se qué es lo que me molesta más, si el hecho de que diseccionen los nombres sin el mínimo buen gusto, o el hecho de que la mayoría de las personas que reducen los nombres a meras escalas tonales generalmente resultan ser unos pelotudos.
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