En contra de mis más profundas convicciones, y debido a una estricta prescripción médica, tuve que comenzar a frecuentar ese universo hasta ahora desconocido para mí que representaban los gimnasios. El motivo es un tanto bizarro: tengo que emparejar mis dos piernas. Mientras la izquierda mantiene su carnosidad habitual, la derecha parece haber tomado píldoras para adelgazar. La primera imágen que viene a mi mente es la del lanzador de jabalinas en Astérix y las Doce Pruebas (sino recuerdo mal), con un brazo superdesarrollado y el otro completamente escuálido.
Durante años evité concurrir a estos establecimientos, templo de la vanidad y el narcisismo, principalmente por puro prejuicio. Como mencioné en algún post anterior, no es del todo incorrecto ser prejuicioso: si uno tiene eficacia en su juzgamiento, pueden ahorrarse cantidades industriales de tiempo útil. Esta no es la excepción, pero como de todos modos debo concurrir, al menos aprovecho mi tiempo de trance entre ejercicio y ejercicio para referirme a ciertas cuestiones que despertaron mi interés:
-Slang: como toda dimensión desconocida, el gimnasio tiene su propio idioma, el cual, si bien no es muy complejo (si un mastodonte con el cerebro consumido por los anabólicos puede dominarlo, un ser humano promedio no debería tener mayores inconvenientes en hacerlo), lleva cierto tiempo interiorizar. De golpe, uno se encuentra hablando de "series", "prensas", "mancuernas" y otros adminículos igualmente prescindibles en nuestra vida cotidiana. Asimismo, la unidad de medida en éste ámbito está constituída lógicamente por los kilos que uno logre levantar, por lo cual, aquí la pregunta más recurrente, repetida a modo de mantra es "¿cuánto levantas?".
-Ataque ochentoso: da la sensación que si mientras uno está realizando su "rutina", el Doc Brown y Marty McFly se bajan del DeLorean, nadie se sorprendería. El lugar parece haberse detenido en la década en la cual los sintetizadores se dedicaban infructuosamente a arruinar cuanto disco estuviera a su alcance. Lógicamente, la música ambiente acompaña este viaje, con lo cual uno se descubre a las ocho de la mañana escuchando Motley Crue, Poison, Scorpions, o alguna otra banda de esos tiempos en que el delineador, las calzas y el jopo eran una declaración de principios.
Como consecuencia de esto, mientras uno hace esfuerzos sublimes con una pesita ínfima, se siente Rocky subiendo las escalinatas (aún cuando uno, físicamente, esté más cerca de la escena en la que Balboa intenta en vano cazar una gallina).
Hay, por supuesto, ciertos personajes dignos de mención:
-Viloni Berreta: versión descolorida del Ancho Peucelle, el entrenador (muchas veces dueño del gimnasio) se encuentra a sus anchas en este extraño mundo. Poleas, máquinas y pesas constituyen elementos fundamentales de este Señor Feudal del conurbano, quien a cada paso nos demuestra su superioridad, intimidándonos con sus músculos, terror de las camisetas encojidas. Aquí el poder no se meritúa por la riqueza, la inteligencia, o la acumulación misma del poder, sino que se basa en el peso que uno puede levantar: a mayor cantidad, mayor poder. Esto se construye a cada momento, con lo cual, mientras uno lucha denodadamente por levantar una pesa, para él este acto constituye un mero trámite, casi como sacar una pelusa del sweater.
-Femme fatal: infaltable en cualquier gimnasio que se precie de tal, éste especímen se caracteriza por desviar más de una mirada (causando serios problemas de estrabismo, cuando no algún desgarro) hacia su cuerpo detalladamente torneado, y reafirmado con un atuendo lo suficientemente sugestivo como para derrochar glamour en cada uno de sus ejercicios. Se contenta con calentar hasta los posters, pero sin concretar con nadie. Es un monumento a la histeria, la cual sublima a través del levantamiento de pesas.
-Bananabólico: indispensable para completar la fauna de estos templos, el Bananabólico suele ser aquel gordito petiso del secundario, quien cansado de ver socabada su autoestima tras cinco años a pura gastada, enfoca toda su libido en ser tan fuerte y grande como el físico (y los anabólicos) lo permitan. Parte de su ritual diario consiste en pasar minutos enteros contemplándose frente al espejo, admirando sus músculos construídos a base de esfuerzo y rencor. Es de resaltar el componente homoerótico que conlleva este acto, porque convengamos que pasar largos momentos admirándose mutuamente, dándose palmadas afectuosas, enfundados en musculosas y transpirados, está más cerca de lo que representaría el Cielo para George Michael que de Boogey el Aceitoso.
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