Cada cierta cantidad de tiempo nos agarra una paranoia generalizada en cuanto a temas de salud, y comenzamos a preocuparnos por idioteces que hasta dos dìas antes ni conocíamos (un refuerzo más a la teoría que dice que en la ignorancia es donde mejor se vive). Así fue como nos enteramos que el microondas da cáncer, que el celular da cáncer, que la Argentina de cáncer, que el aguas mineral da cáncer (¡!). Ahora tenemos que agregar a esa lista que el iPod nos deja sordos. Sí, lo mismo que decía cualquier geronte naftalínico hace dos mil años cuando salió el walkman (invento satánico si los hay), porque subías el volúmen de los auriculares y ni te dabas cuenta (también decían quwe deformaba la oreja, pero afortunadamente no lo pudieron comprobar). Entonces, para reforzar la teoría del iPod, comenzaron a presentar testimonios. Fue así como Pete Towshend dijo que se había perdido una gran capacidad auditiva durante los recitales. Phil Collins no podía ser menos, y declaró que casi se había quedado sordo (mejor, así al menos él no tendrá que soportar la ¿música? que hace), lo cual explicaría el fracaso de sus últimos discos.
A lo que quiero llegar es a que, tal vez lo más importante no sea que nos quedemos sordos: En última instancia, seguramente a los cincuenta años andaremos todos con nuestro Sonic2000 escuchando caer alfileres a través de la Muralla China. El verdadero nudo del tema es ponernos a pensar con qué clase de música queremos quedarnos sordos, ya que si lo vamos a hacer, al menos no desperdiciemos nuestros oídos con Ricardo Montaner.
¿Eh?
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