miércoles

Alunizar

Ayer fue un día de mierda. Hoy probablemente lo sea también, pero al menos el cuerpo ya empieza a asimilar el golpe. Creo que existen pocas formas peores de comenzar una semana que abrir el diario (perdón, no me acostumbro a la voz "abrir la página del diario") y encontrarse con la muerte de uno de sus referentes de cabecera. Lógicamente, el fallecimiento de un pariente cualquier día de la semana puede ser peor, pero reducir la propia familia a los vínculos sanguíneos sería injusto: es probable que uno haya aprendido más acerca de la vida con los discos de Zappa que de los consejos de su tío Rodolfo.
Perdida entre fotos poco amables de los prófugos esperaba el escueto titular que nadie quería leer: murió David Bowie. La tentación simplista sería escribir esas giladas propias de necrológicas de revistas de espectáculo tales como que "los artistas no mueren, se van de gira", "muere la persona, nace el mito" o "ahora nos quedan eternamente sus discos", que de tan genéricas se pueden aplicar tanto a John Lennon como a un plomo de Agapornis. Se podría escribir acerca de la conciencia de la propia finitud mediante la muerte de los íconos personales y el paso cansino pero indetenible del almanaque, pero no.
Resulta curioso que uno se sienta tan afectado por la muerte de un tipo que nació a miles de kilómetros, en un país prácticamente opuesto, que tenía la edad de sus padres y a quien jamás conoció. Probablemente la conexión que uno establece con los músicos es la misma que uno tiene con los futbolistas, por eso es que a veces se le perdonan cosas que sólo se le perdonarían a un amigo. Supongo que por eso tanta gente lo sigue bancando a Maradona, a pesar de todos los papelones que hizo a lo largo de su vida. Por una cuestión etárea, no pude ver su gol en el `86 (cuando hablamos de "su gol", es por supuesto, el barrilete cósmico que todos soñamos), pero uno de mis primeros recuerdos futbolísticos, además de los goles de la chancha Rinaldi y el cabezazo de Troglio a la Unión Soviética, es su glorioso pase al pájaro Caniggia contra Brasil en el Mundial de Italia, dupla dramática que alcanzaría su cénit actoral en el Mundial de Estados Unidos. Es imposible acordarme de ese gol sin asociarlo al recuerdo de mi viejo mirando ese partido en nuestra vieja televisión recubierta de madera y el posterior estallido de su garganta, con lo cual la sonrisa asoma indisimulable. Supongo que por eso, en palabras de Sacheri, como una muestra de humilde agradecimiento hacia quienes nos brindaron momentos de alegría, lo menos que podemos hacer es dejarlos tranquilos con sus cosas.
Cuando Damon Albarn pergeñó Gorillaz, la idea básica no sólo se fundaba en la importancia de la música por sobre los ejecutantes, sino que receptaba una realidad: la inmensa mayoría del público jamás tendrá acceso a un recital para poder ver personalmente a los artistas (quien estas líneas escribe morirá sin ver a los Stones), con lo cual resultaba indistinto que los músicos fueran sesionistas avezados o simples dibujos animados. En mi caso personal, descubrí a Bowie gracias a "La casa del rock naciente", en tardes de domingo a pleno resúmen, rindiendo libre el secundario. Si bien tenía su referencia por "Laberinto", como muchos de los que nacimos en los ochenta, fue la fruición plagada de adjetivos majestuosos de Rosso la que me terminó de convencer de su escucha. 
Dicen que el que pega primero pega dos veces. De la misma forma, lo que leemos o escuchamos en la adolescencia nos corta más profundamente, transformándose en la calidad de la nafta que nos tiene que alcanzar para toda la vida, como diría Casas; ese montón de cosas inservibles pero fundamentales para capear temporales. Jamás lo pude ver en vivo, y la esperanza de saldar esa deuda se esfumó con la confirmación que Bowie ya no saldría de gira, pero eso no mermó mi empatía producto de la cual uno tiene esa sensación de encontrarse cada vez más sólo. De todos modos, como con esos amigos que el playlist azarozo de la vida te pone por delante cada tanto, uno se conforma con saber que están. Debe ser por eso que el lunes a la tarde no podía entender, con vierto egoísmo, cómo el mundo no se había paralizado, la gente continuaba yendo a la playa con sus esterillas como si nada y el aroma artificial a coco invadía mis fosas nasales: había muerto un artista fundamental y nadie parecía darse por aludido.
Toni Visconti, afirmaba que su último disco, "Blackstar", lo termino prácticamente como una muestra de agradecimiento a sus seguidores. Eso lo hace pensar a uno si tendría la generosidad de invertir sus últimos tiempos siquiera en leer un libro, sabiendo que el diagnóstico es irreversible, o simplemente se echaría resignadamente a esperar. La idea de pensarlo componiendo su disco veinticinco, batallando contra las dolencias lógicas, como una última ofrenda, un último acto artístico, posee una potencia poética difícil de igualar. Para eso a veces aparece la muerte: para recordarnos que los extraterrestres también son mortales.







martes

Kafka en la orilla

Es imposible hablar de la literatura del siglo XX sin referirse a Kafka, genio checo vendedor de seguros que no tendríamos el placer de conocer si no fuera porque en el dilema ético de su amigo y albacea Max Brod primó la cordura de publicar una obra bestial por sobre la modestia de su confidente, quien le ordenó destruir aquello que no había sido editado. Con un prosa lacónica, carente de florituras innecesarias, Kafka utilizó el absurdo como metáfora definitiva del sinsentido humano, convirtiéndose en un existencialista cuando no existía la categoría que eternizaría a Sartre y Camus.
Desde su icónico escarabajo, pasando por el agrimensor de "El Castillo" hasta dar a luz "El proceso", síntesis perfecta de su obra, cada libro suyo sumerge al lector en un universo con sus propia reglas, que al principio parece desde ajeno hasta naïve, pero a poco de ser andado esa lógica paralela va cobrando su propio sentido, hasta que uno comienza a naturalizar el absurdo, inmerso en arenas de las cuales no puede escapar.
A lo largo de los doce años kirchneristas, pero especialmente desde el 2008 a la fecha, un amplio sector de la sociedad vivió inmerso en esta gimnasia kafkiana según la cual la realidad no era una sola sino que dependía de la lectura que se hiciera de la misma, ayudada por la desaparición de cifras oficiales que permitían licuar cualquier cuestión en un mar político. La teoría confrontativa del admirado Laclau fue llevada al extremo, polarizando la sociedad en una postura binaria claramente degradante del discurso, ayudados por el arribo de infinidad de pibes recién llegados a la política, que sin ningún tipo de formación previa abrazaron la causa como una verdad revelada, en un revival de los setenta con aroma a refrito rotisero.
Durante ese período, primó la ideologización por sobre el pragmatismo, escondiendo las falencias de gestión que se tornaban cada vez más evidentes debajo de la alfombra de la retórica enamoradora, convirtiendo en una cruzada proselitista cada uno de los actos de gobierno, intentando convencer a "los pibes para la liberación"  que así como la patria es el otro, el enemigo también. De ese modo, cualquier error era maquillado con grandes intereses espurios propios del capital extranjero, que amenazados por nuestra temible capacidad de desendeudamiento, operaban en contra de los intereses del país. Resulta cuanto menos curioso que países latinoamericanos tradicionalmente rezagados con respecto a Argentina, de repente escalaban posiciones y recibían inversiones de aquellos denostados países que pretendían vernos de rodillas.
Cuando no eran foráneos, recurrían al fantasma interno de la desestabilización mediática, olvidando el formidable aparato de propaganda construído a lo largo de todo este tiempo gracias a empresarios adoctrinados a fuerza de pauta oficial, concentrando la Suma de Todos los Males en Magnetto, quien tiene hasta la traqueotomía necesaria para su fisic de rol de villano. Para convencer a las masas, se embarcaron en un bombardeo constante, recordándonos la necesidad imperiosa de reformar la ley de medios, herencia nefasta de la dictadura (mismos fachos creadores del Instituto que permitió la realización del ArSat), encubriendo bajo el barniz elegante de la "democratización de voces" la intención berreta de complicar a su otrora socio. Para legitimarse, en los entretiempos futboleros repetían una vieja entrevista alfonsinista en la cual un Magnetto ochentoso ya hacía alarde de su poder real. No es que uno se imaginara al CEO de Clarín como una Heidi tirolesa bajando agraciadamente por la pradera, pero olvidarse tendenciosamente los distintos empujoncitos pejotistas a las distintas deblacles radicales sería cuanto menos injusto.
Con el recrudecimiento de la ideologización, comenzaron a hacerse cada vez más evidentes las hilachas de una pésima gestión, próxima al capitalismo putiniano, abundante de billetes fáciles para los amigos del poder, quienes hacían alarde de súbitos enriquecimientos. Alguna vez leí que Pessoa, al hablar de su amada  Lisboa, decía que su ciudad tenía la elegancia del nuevo pobre, siempre más digna que la ostentación del nuevo rico.
Los rumores de la corrupción se hicieron carne y hierros retorcidos en el accidente ferroviario de Once, donde cincuenta y dos personas perdieron la vida, y a otros centenares se la cagaron, sea por la pérdida de un pariente o por la mutilación, física o psíquica. El común de la gente no toma consciencia de lo que representa la corrupción, probablemente porque el argentino promedio se ha acostumbrado a serlo en su vida cotidiana, naturalizando en consecuencia los robos perpetrados por quienes los dirigen. Es por eso que a veces se necesitan esos sopapos de realidad para despabilarnos. Existía una mínima posibilidad de redención en la respuesta oficial, la cual quedó completamente evaporado al escuchar a Schiavi exculpándose al hacer referencia a la costumbre argenta de viajar en los primeros vagones y a la mala suerte que no hubiera sido un día feriado. No debemos olvidar que en el país de los trenes rápidos a Rosario, el Sarmiento circulaba a la encandilante velocidad de 26 km/h: difícilmente un tren en condiciones mínimamente dignas pudiera haber ocasionado semejante desastre.
Uno podría suponer que se trataba de la simple opinión oficial de un funcionario de segunda línea, pero cuando luego de días de silencio tuitero escuchamos a la Presidente afirmar que la magnitud del accidente se debía a que más argentinos viajaban a trabajar, comenzó a cerrar el mecanismo a la perfección. Para colmo, utilizó la tragedia para victimizarse, asegurando que "ella sabía lo que era el dolor", como si pudiera compararse la muerte de un político sexagenario por causas naturales con la de cincuenta y dos personas producto de la negligencia manifiesta del Estado. Una muestra de tacto y comprensión digna de un psicópata.
Con el transcurso del tiempo, la perspectiva se torna más nítida y uno puede apreciar el nivel de locura y confrontación en el cual nos encontrábamos, constantemente a la defensiva, hablando por encima del otro para demostrarle que estaba equivocado. Si esa es la idea de diálogo que tenemos, vamos decididamente mal. Así como la corrupción se termina asimilando, la violencia también; no sólo física, sino especialmente dialéctica. A poco más de un mes de la asunción del nuevo gobierno, lo primero que uno percibe son los síntimos indisimulables del síndrome de abstinencia de la ficción kafkiana.

Mi vida en gris

Recuerdo con nostalgia cuando internet llegó a Necochea, “ciudad” de máxima depresión donde debí purgar cinco años de mi preadolescencia. Supongo que el entusiasmo de la novedad  debía ser similar a la emoción que sentían los purretes de la década del cincuenta cuando el circo llegaba a sus pueblos. Años en que descargar una foto podía tardar literalmente un minuto, haciéndoslo sentir a uno del paleozóico cuando ve un pibe de diez años navegando con su smartphone en el colectivo. Si a uno le gustaban las computadoras, automáticamente era equiparado a esos nerds de películas ochentosas y fluorescentes, con anteojos de marco grueso antes que fueran hipsters, aparatos en la boca y el rostro ocultado detrás del acné. Correctamente supondrá el lector que ello resultaba un excelente anticonceptivo, tal como  si en estos días uno se cuelga una riñonera y sale a caminar por Güemes, provocando estampidas femeninas sólo comparables al agolpamiento frente a la valla de un recital de Tan Biónica. Algo similar pasaba con la política. No éramos muchos quienes mirábamos CQC cuando todavía era gracioso, como llave de ingreso a una tangente llevadera en ese ambiente, acaparando nuestras primeras nociones políticas.
En mi caso personal, el 2001, odisea del espacio, me cruzó repartiendo café en pleno microcentro marplatense, con lo cual a diario debía atravesar hordas de ahorristas descargando su ira contra las persianas metálicas de los bancos, o cruzar Luro en medio de una manifestación sindicalista sólo porque algún idiota había considerado imprescindible tomarse un cortadito. Debo confesar que probablemente por la inconsciencia propia de mis diecisiete años, me resultaba excitante la ebullición en el que me encontraba inmerso, esa efervescencia que se palpaba en el aire. Veníamos de años en que sinónimo de programas televisivos de política eran las soporíferas diátribas de Mariano Grondona o Bernie Neustadt, de modo que cualquier actividad más adrenalínica que un sudoku parecía apasionante.
En 2003, luego que Duhalde se quitara la espina Presidencial del ´99, nuevamente había elecciones, en las cuales Munra, el inmortal, se presentaba con sus patillas más recortadas y el voto licuadora-Vivace como gran amenaza resucitadora/regurgitadora. Tiempos de ley de lemas y candidatos aún más desconocidos que Mauricio Yatta. En la etapa previa, los medios (antes de la ley de) manijeaban con la bonanza económica de Santa Cruz, cuyo Gobernador finalmente accedió al balottage (o balotaje, como escriben los mismos salames que dicen outfit) junto con il Carlo, quien desistió para recluírse en su novela rosa trasandina, regalándonos esos besos asépticos cercanos al gore y un nuevo descendiente.
Si bien no lo voté ni lo votaría, debo aclarar que Kirchner fue el mejor Presidente que vi desde que tengo consciencia política, especialmente en su etapa Lavagna-Lanusse-Béliz-transversalidad. Parecía un tipo bastante llano, que en su asunción rompió el protocolo, con sus sacos cruzados y sus mocasines, acercando su figura a la del contador del barrio que congeló su vestuario en la era bochinesca. En esos años comencé la facultad en el reformatorio de máxima seguridad de la calle 25 de Mayo, ambiente típicamente politizado, notando cómo se había producido una empatía inmediata entre la gente y las primeras políticas oficiales, especialmente entre los jóvenes.
Gente que respeto es kirchnerista. Varios amigos son kirchneristas. Sin embargo, a lo largo de doce años, no pude alejar esa sensación de ver pasar la fiesta por el costado, envidiando la pasión con que algunos de ellos defienden hasta lo irracional las políticas adoptadas a lo largo de la implementación del “proyecto popular con matriz productiva diversificada e inclusión social” (curioso que un partido típicamente personalista como el PJ eleve a la categoría  de Santo Grial un término que implica no sólo construcción colectiva, sino también planificación.
El problema de los seguidores del “proyecto”, es que no son clásicos peronistas, sino que provienen de otros sectores políticos. Por una cuestión de afinidad, abrazaron la causa kirchnerista, embebiéndose sin convicción de toda la liturgia pejotista tan útil para generar cercanía, pero de la cual este gobierno reniega. Utilizan las iconografías clásicas del PJ para cubrir con un manto de legitimidad sus políticas (o la ausencias de), mientras en la práctica se trata de un gobierno claramente favorecedor de sectores ya de por sí privilegiados, dejándoles migajas a la gran masa, mientras intentan convencernos en doce cuotas que se trata de un gobierno progresista y revolucionario, que combate al capital mientras fomenta el consumo. 
Los kirchneristas son despreciados por el pejotismo clásico, que con su clásica capacidad de resiliencia nietzcheana más que darwineana, debió adoptarlos con recelo para adaptarse. En su desesperación ante la falta de un candidato genuino (fruto del personalismo referido anteriormente) ven cómo se desmorona el gobierno que supieron apoyar, el cual detrás de una retórica progresista escondió una política económica con resultados claramente conservadores en la práctica, y en su obstinación pasa por sostener lo que ellos denominan los pilares del modelo, llegan al ridículo de tener que apoyar a Scioli, sólo porque del otro lado está "la derecha", como si el camarada Daniel fuera un revolucionario que baja de Sierra Maestra. Eeconómicamente, no existen grandes diferencias entre ambos candidatos del balotaje, la única diferencia, no menor, radique probablemente en que Macri insinúa un mayor grado de institucionalidad, cuestión aparentemente menor para el oficialismo, para el cual prima “la gestión” por sobre las formas, pero cuya repercusión amplios sectores del electorado terminaron comprendiendo, siendo ello, junto con el hastío de la confrontación y del pejotismo como solución al pejotismo lo que terminó de inclinar la balanza en favor del candidato de la alegría globular.

jueves

La cuestión Arroyo

Pocas cosas reflejan tanto la vaguedad intelectual como el lugar común, ese mal casi tan temido por los escritores, como la hoja en blanco. En época de elecciones, lo percibimos cotidianamente. Así como desde distintos sectores se instala la obligación de votar entre dos o tres candidatos presidenciales, quienes a fuerza de billetera martillan nuestros hipocampos, otros sectores mansamente repiten como un mantra frases hechas sin siquiera detenerse a pensar acerca de su veracidad.
La base de votos del candidato a intendente del frente Cambiemos, Carlos Arroyo, está cimentada en quienes fueron sus ex alumnos, los que sistemáticamente recuerdan con un dejo de nostalgia su paso por la institución que él dirigía, realtando su honestidad y equidad. Personalmente, no tuve el dudoso placer de ser alumno suyo, pero se cae de maduro la siguiente pregunta: ¿alcanza eso para ser un buen intendente? En un tiempo en el cual los candidatos construyen su discurso en base a análisis de focus group, aquello resulta un intangible más que preciado.
Arroyo, logró un sorprendente porcentaje de votos en las PASO, superando ampliamente a Baragiola, quien pese al by pass gástrico, sus cambios estéticos y sus modales refinados, sucumbió cándidamente ante una cámara oculta que se limitaba a exhibir pornográficamente lo que es la construcción de poder. En la actualidad, cuenta con serias chances de disputarle la intendencia a Pulti, ese híbrido aséptico con el carisma de un tornillo que nos quiere convencer a la fuerza que somos "gente positiva". Incluso mantiene esa posibilidad a pesar de contar entre sus filas con un infiltrado como Giri, quien parece operador oficialista afirmando gansadas tales como su intención de transformar la peatonal san Martín en la "Times Square de Latinoamérica" (!). Producto de la posibilidad de la pérdida de la intendencia, en los últimos tiempos la ciudad (o el centro, que para Acción Marplatense resultan sinónimos) amanceció tapizada con afiches, volantes y hasta diarios atacando la figura del candidato opositor, con recortes de diarios donde se replican sus dichos xenófobos, supuestas malversaciones de fondos y su empatía filonazi, desconociendo que el propio General, golpista él mismo, era un gran admirador de los gobiernos dictatoriales (se recomienda ver "Oro Nazi en Argentina"), tanto de Alemania como de Italia. 
Incluso se hace mención a que no cuenta con un teléfono celular, lo cual, según esa línea de pensamiento, automáticamente lo transforma en un troglodita que nos sumirá en el más crudo atraso tecnológico, haciéndonos añorar la invenciones de Graham Bell. Francisco, ese muchacho carismático que cuando era Bergoglio parecía que masticaba chicles de vinagre, probablemente no sea un techie, pero ello no fue impedimento para que introdujera profundos cambios en la institución más conservadora de la historia de la humanidad (ésta analogía, lejos de comparar, sólo tiene como finalidad descartar esa construcción).
Probablemente a estas alturas el lector considere este post como un descargo en favor de Arroyo. Vale decir que quien esto escribe, no sólo no lo votó ni lo votaría, sino que mantuvo su racha negativa, y nunca ganó una elección. De hecho, con su clásico olfato goleador, el candidato votado ni siquiera superó el filtro de las PASO. Sin perjuicio de ello, resulta cuanto menos curioso que recién con el resultado de las elecciones consumado, y ante un riesgo plausible, hayan aparecido este tipo de escraches "anónimos". Cabe recordar que Arroyo fue en reiteradas ocasiones concejal, y que sistemáticamente se presentaba en las elecciones sin poder perforar el piso del 10% de votos, sin recibir mayores objeciones. Y ya hace tiempo que se juntaba con Patti, se rumoreaba que había sido funcionario durante la dictadura militar, y de vez en cuando se le pegaban los caramelos y largaba alguna de sus frases del paleolítico. Entonces, ¿por qué ahora?
La cercanía con la elección general no le quita veracidad a las denuncias, ni las convierten en menos reales, pero sí se ve claramente mermada su legitimidad, lo cual nos hace percibir un tufillo a operación política disfrazada de convicción. Si ya se conocía este prontuario, ¿por qué no se denunció antes? ¿Por qué no se le impidió asumir varias veces como concejal? Además, ¿de dónde salen los fondos para financiar semejante campaña pública? Sólo existe un partido político con semejante espalda, y que se vería seriamente perjudicado con una derrota: Acción Marplatense. Cabe recordar que ese mismo partido, al ir en la misma boleta con el Frente Para la Victoria, apaña a nenes del tamaño de Otacehe, Curto o el mismo Granados, verdaderos paladines de la democracia, tanto como Aldo Rico o Milani en su momento. De todos modos, en un país donde un ex presidente condenado por tráfico de armas, para colmo entre dos países latinoamericanos, conserva su senilidad amparado en los fueros que le brinda la bancada oficialista, autoproclamados como progresistas defensores de los Derechos Humanos, todo es posible.

lunes

Iban veinte minutos del segundo tiempo y el partido moría en la intrascendencia inapelable del cero a cero. El equipo de Sean Penn Arruabarrena había dominado durante prácticamente la totalidad del encuentro la posesión de pelota, sin poder traducirlo en oportunidades concretas de gol. San Lorenzo, preso de su postura mezquina, se conformaba con esperar agazapado una oportunidad, con un planteo que lo acercaba más a Los Pumas del Mundial 2007 que al fútbol total de la Naranja Mecánica: patear la pelota para arriba, y a la carga Barracas. lirismo puro. Hasta que promediando el segundo tiempo, ingresó Ortigoza, ese distinto con pinta de operario metalúrgico, y el partido hizo el primer crack. Se le podrá achacar su dudoso estado atlético, se le podrá decir que tiene un sólo abdominal del tamaño de una buzarda. Todo lo que quieran. Pero es un digno representante de una especie en extinción: en una época en la que abundan los cyborgs tatuados, más preocupados por mantener su jopo filoso durante noventa minutos que de colaborar con el equipo, Ortigoza posee un elemento que escasea. Donde prima el músculo, el aporta la pausa. No da un pase intrascendente: sus destinatarios siempre tienen una finalidad, resultan un eslabón dentro de una cadena, independientemente de su resultado final. 
Con Mercier, conforman una dupla dramática que trascendió las barreras de Argentinos Juniors para alcanzar el cénit en el club de Boedo. Se completan el uno al otro tan bien que si no fuera porque son físicamente opuestos, uno podría pensar que comparten la partida de nacimiento. Tal vez porque a los dos el reconocimiento les llegó "de grandes" (siempre hablando en períodos de tiempo futbolísticos) o porque tuvieron que pelearla desde abajo, uno regando las canchas del ascenso, otro ganándose el mango como vendedor ambulante, juegan con un desparpajo desprovisto de histerias. Con un par de pases, el equipo comenzó a pararse diez, quince metros más adelante. Tampoco nos engañemos en pensar que faltaban Ribelino y Tostao para completar Brasil del ´70, pero en la meseta de juego en la que había entrado el partido alcanzaba para oxigenar un poco la defensa.
El segundo gran cambio se produjo por el ingreso de Matos. Algún empleado del Registro de las Personas debería investigar seriamente si por un error administrativo no se trata de un caso gemelo de algún futbolista africano que anotaron tarde. Cuando lo enfocan en las entrevistas los surcos de su cara, coronados por una tonsura indisimulable, nos hace replantearnos si el tiempo transcurre a la misma velocidad para todos los mortales. Acostumbrado a fajarse sólo con defensores a lo largo de su carrera en clubes tacaños futbolísticamente, parece haberse graduado ene esta versión utilitaria del Ciclón, exprimiendo las piedras, parafraeando a Nito.
Minuto cuarenta y cuatro. Cuando estaba a punto de rajarse el televisor ante tanta fealdad, Betancourt, un pibe al cual lo que le falta de guiso le sobra de calidad, probablemente la figura del partido hasta el momento, comete un error de principiante e intenta darle un pase a Cata Díaz, más preocupado en poner cara de malo que en recordar cómo era este juego. Matos, expectante y expeditivo, traduce esa única chance en gol. Fue curioso ver cómo inmediatamente unos cuantos hinchas de Boca, paradigma del machismo y la cultura del aguante, abandonaban la Bombonera en pos de llegar rapidito a su cero kilómetro. Mientras tanto los comentaristas exponían sus críticas, y aquellos que ensalsaban el pragmatismo y la eficacia del fútbol champagne del Boca de Bianchi de repente arreciaban contra el planteo retaceador de Bauza. De fondo los pocos que quedaban en la cancha acusaban a San Lorenzo de ser de la be, omitiendo que eso sólo los hacía lucir más ridículos: al parecer, habían perdido con su propia medicina contra un equipo de una categoría inferior. La incoherencia boquense no tiene límites. Mientras tanto, mis cuerdas vocales, que sí lo tienen, me pedían un respiro.

viernes

Los bárbaros

Existe un librito, en cuanto al formato, no en cuanto al contenido, titulado "Los Barbaros". Allí, Alessandro Baricco analiza, lejos de la lógica adolescente de barricada que prima en estos días, lejano a la burda lectura imperialismo-antimperialismo, la influencia norteamericana en distintos campos de la cultura general.
Desfila el carácter negativo del sistema parkeriano de puntuación de vinos. Hace lo propio con los estragos producidos por autores como Sidney Sheldon o Paulo Coehlo en la literatura de masas, reflejada hasta nuestros días en "Cincuenta sombras de Grey". Y hasta despunta el vicio analizando la lógica norteamericana trasladada al fútbol, deporte global tradicionalmente esquivo para ese país.
Párrafo aparte merece la memorable lectura que hace de Roberto Baggio, crack italiano que prefirió dotar de cierta belleza a uno de los actos más insípidos del fobal, como los penales, apuntando al ángulo del arco defendido por Taffarel, aún a riesgo de errarlo, cosa que finalmente sucedió, consumando con su trágica poesía el hecho artístico. Hay un pequeño detalle que remarcar: lo hizo en la final de una Copa del Mundo.
Con el transcurso del tiempo los argentinos nos fuimos acostumbrando al traslado de la lógica futbolera a distintos ámbitos. Primero fue en los recitales, donde el público compró el boleto que aseguraba que los argentinos éramos "el mejor público del mundo", entonces debimos refrendarlo en cualquier espacio, tocara AC/DC o Agapornis. La gente iba a ser protagonista, más que a ver al artista, entonando cánticos contra las bandas antagónicas que sólo generaban una mayor empatía entre sus destinatarios (ejemplo: Solari-Cerati).
Con la llegada del kirchnerismo, si bien es cierto que la política tomó un lugar central que durante años había perdido, arribaron montones de jóvenes criados bajo esta lógica binaria que aplicaron este pensamiento tosco sin matices, más propio de un fundamentalista que de un ser racional, polarizando visiones.
El jueves pasado, los partidos entre Boca y River que se promocionaban como la trilogía más importante de los últimos diez años después de Star Wars, insumiendo toneladas de tinta en los diarios, terminaron en un hecho grotesco, vergonzante, más propio de los programas de catch con los cuales la señal Fox nos taladra a diario, que del fútbol-pelota que supimos conocer.
Poco queda para agregar a la descripción de los hechos que no haya sido dicho, pero el discurso simplista que asegura que cinco o seis inadaptados no representan a la inmensa mayoría sólo sirve para continuar inmersos en ésta lógica victimizante, buscando los responsables en otro lado. Cualquiera puede cometer un error, e incluso padecerlo aunque no sea propio, pero son las actitudes que adoptemos con posterioridad las que pueden redimirnos. Lamentablemente, tanto los jugadores como la dirigencia de Boca lejos están de ello.
Hace unos años, no tan distantes, uno iba a la cancha a alentar a su equipo y disfrutar de esos jugadores a los cuales el reflejo catódico no hacía honor a su habilidad. Con los primeros hechos de violencia surgieron las mangas, y al principio pareció algo razonable. Después aparecieron los pulmones en las tribunas, y comenzamos a habituarnos a ver esos espacios grises y descascarados en los estadios. Recientemente, los hinchas visitantes no pudieron ir más a la cancha, y nos conformamos con verlo por televisión. A este paso, probablemente dentro de unos años terminen televisando a dos jugadores enfundados en sus respectivas camisetas, disputando partidos de playstation. Y lo más curioso es que no suena tan ilógico.

martes

Sin palabras



Probablemente la sensación de impunidad mafiosa más contundente desde la muerte de Cabezas.

Para descomprimir

"Gorgory" Berni llega al edificio donde vivía Nisman. A los pocos segundos se produce el siguiente diálogo:

BERNI: Claramente se trata de un suicidio.
OFICIAL PIZZERO: Sergio, el departamento del Fiscal es enfrente.
BERNI: Ah, ok. Claramente se trata de un suicidio.

jueves

La batalla de los cruzados

En este 2014 tuvieron lugar varios indicios que sugieren que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina: Huracán festejó un título después de cuarenta años, Racing salió campeón, y San Lorenzo ganó la copa Libertadores. Hasta Estados Unidos y Cuba limaron asperezas diplomáticas! Sólo falta que las mellizitas griegas aprendan a multiplicar y el Armaggedon nos espera (sin Bruce Willlis, claro).
Volviendo al tema futbolístico, finalmente el glorioso club de Boedo pudo sacarse la espina de la Copa luego de haber rifado la primera edición (ese karma nos persiguió durante años, pero quién hubiera dicho en los años ´60 que esa copa tendría más futuro que el campeonato berreta de treinta equipos que la AFA ¿planea?). De este modo, los creativos detractores del Ciclón se quedaron sin su más preciado hit, mediante el cual utilizaban la sigla del CASLA para recordarnos nuestras sequía de copas (puf, qué ingeniosos!).
Como premio, San Lorenzo se clasificó al Mundial de Clubes, torneo que desde hace unos años reemplazó a la vieja Copa Intercontinental, la cual, por supuesto, tenía mucha más mística: obligaba a los telespectadores de este lado del planeta a levantarse a las seis de la mañana para mirar partidos por lo general no más atractivos que Sportivo Desamparados-Chaco For Ever, acompañados del ruido incesante de unas cornetas simil vuvuzela sopladas por cuarenta mil nipones en una frecuencia que alteraba hasta el más simpático perrito. Lo más cercano a una tortura china voluntaria.
Gracias a la supuesta política de inclusión de la FIFA, cimentada en la noble ideología del billete, en la actualidad además del campeón de Sudamérica y de Europa juegan el campeón de Oceanía, el de Africa, el de Asia, el de la Concachampions (siempre me causó gracia ese nombre) y algún otro equipo intercountries que ocasionalmente se encuentre inscripto. Por ejemplo, en la semifinal de ayer, San Lorenzo debió enfrentarse con el Auckland City, un equipo neozelandés que participa de una liga de doce equipos, y que es la sexta vez que juega esta copa.-
Como buen siervo de la gleba, solamente pude ver quince minutos del partido en mi casa antes de venir a purgar mi pena a la oficina. En ese primer tramo del partido se notaba que cada pierna de un jugador del Ciclón pesaba ochenta kilos: eran incapaces de atarse los cordones sin pedir ayuda. Demasiados nervios si se tiene en cuenta que enfrente teníamos a los únicos once tipos que quedaron en pie luego de la última cosecha de kiwis. Debi conformarme, como todo oficinista de hoy en día, con seguir el partido por internet, minimizando las ventanas ante cada ruido sospechoso que indicara que mi jefe se encontraba revoloteando cerca.
En la prehistoria no tan lejana del fúbol argentino, cuando los Malos secuestraban los goles y sólo nos los dejaban observar los domingos a la noche, antes que los Buenos los recuperaran y nos bombardearan a propaganda política para que pudiéramos seguir el metro a metro de una vereda inaugurada en Berazategui, era mucho más frecuente que la gente escuchara los partidos por la radio. Al margen de mi esencia de purrete vintage congénita, siempre me llamó la atención la capacidad del relator para enervar nuestros nervios escuchando cualquier partido, haciendo que con sus dotes histriónicos, hasta el soporífero partido de Argentina-Irán del Mundial de Brasil pareciera un tanque pochoclero hollywoodense. Ayer tuve que conformarme con seguir angustiosamente el resultado en la página de La Nación, mirando insistentemente unos magros numeritos en el monitor. Cuando el equipo de oficinistas/recolectores de kiwis empató en uno, la suma de todos los males comenzó a correr por mi cabeza, como buen hincha sanlorencista. El tiempo que transcurrió hasta que Matos, ese muchacho con esencia africana, que su madre anotó tarde, clavó el segundo, fue lo más cercano a la eternidad que conocí en vida. Es curioso cómo uno termina festejando la aparición de un número dos en la pantalla: es el minimalismo absoluto trasladado al relato del fútbol.
A eso debe agregársele el sufrimiento potenciado por ese placer culposo de bajar la pantalla y leer los comentarios de hinchas de cualquier otro club menos San Lorenzo, paladeando las cargadas ante el papelón tan cercano. Un punto intermedio entre un placer culposo y el masoquismo, casi como intentar abandonar la marihuana en Jamaica.
El sábado próximo, finalmente enfrentaremos al Real Madrid, equipo al que hace unos años sólo soñábamos con enfrentar en una playstation chipeada. Las diferencias son astronómicas, pero no sólo en términos monetarios: con el diezmo de lo que Ronaldo cobra por hacernos creer que tiene caspa, se solucionarían los problemas habitacionales en Nigeria. La principal diferencia no pasa por allí, sino por el humilde sentido de pertenencia. Hinchar por el Real Madrid es lo más parecido a ser fanático de un banco multinacional. De hecho, quienes alientan al equipo español, en términos castizos, declaran que ellos “van por el Madrid”, como si luego de analizar ciertas variables deportivas, económicas y financieras, hubieran llegado a la conclusión de que les conviene ser simpatizante de ese club-empresa. En cambio, el sanlorencista ES del Ciclón, como una consecuencia inevitable de su ser, algo más fuerte que él, aún cuando todo le dice que no.
Si fuera un partido de tenis, al mejor de cinco sets, ninguna persona en su sano juicio apostaría por San Lorenzo, pero en noventa minutos es probable que hasta el Papa haga un poco de lobby celestial y nos de una mano. Hasta Federer en su mejor momento perdía algún set contra un mortal. El equipo de Boedo llega sin sus dos cracks: ni Piatti ni Correa, el revulsivo de mitad de cancha para adelante, esos dos jugadores por los cuales no importaba que te convirtieran cuatro goles, porque uno sabía que meterían cinco. Representaban la guapeza en un equipo que apostaba al palo por palo y salía ganando.
Hoy no están, pero Bauza, ese tipo con cara de garca de película de Tarantino, ha sabido reacomodar el equipo, sustentando sus esperanzas y las de todo sanlorencista en dos piezas claves: Ortigoza, ese gordito retacón con la cancha en la cabeza que a uno le encantaría tener a su lado en cualquier picado, con el cual iría a la guerra con un tenedor (la cuchara la estaría utiliando para zamparse un buen flan con dulce de leche) y Romagnoli, gambeta, cerebro, alma y corazón. Un genio al que, al igual que Stephen Hawking, su cuerpo no estuvo a las altura de su sapiencia, traicionándolo con reiteradas lesiones que minaron su potencial. Podría haberse quedado en la autocomplaciencia, pero se sobrepuso a cuatro! operaciones de ligamentos (quien escribe estas líneas tiene una, va para la segunda, y ya está pensando en dedicarse full time al ajedrez) y aún así nos regaló apiladas metafísicas como la que hizo contra Newells para que Gigliotti convirtiera con la oreja. En una época en la cual hasta el banderín del corner tiene publicidad estática, jugadores así nos recuerdan que el sentimiento a veces prevalece: imposible olvidar que aún con la rodilla rota, se quedó en cancha renqueando contra Belgrano para no dejar a sus compañeros con uno menos. Cuántos jugadores pondrían plata para quedarse en el club de sus amores?
Real Madrid probablemente podría adquirir el estadio, la copa, el plantel de San Lorenzo con sus respectivas familias, y hasta Marruecos en sí, pero hay algo que jamás podría comprar, y en lo cual radica la diferencia sustancial entre los dos equipo: el hambre. Para todo lo demás existe SuperCard.